ORACIÓN EN HONOR AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA
1. Amabilísimo Corazón de María, que ardéis continuamente en vivas
llamas de amor divino; por él os suplico, Madre mía amorosísima,
abraséis mi tibio corazón en ese divino fuego en que estáis toda
inflamada. Avemaría y Gloria.
2. Purísimo Corazón de María, de quien brota la hermosa azucena de
virginal pureza. Por ella os pido, Madre mía inmaculada, purifiquéis mi
impuro corazón, infundiendo en él la pureza y castidad. Avemaría y
Gloria.
3. Afligidísimo Corazón de María, traspasado con la espada de dolor por
la pasión y muerte de vuestro querido Hijo Jesús, y por las ofensas que
de continuo se hacen a su Divina Majestad; dignaos, Madre mía dolorida,
penetrar mi duro corazón con un vivo dolor de mis pecados y con el más
amargo sentimiento de los ultrajes e injurias que está recibiendo de los
pecadores el Divino Corazón de mi adorable Redentor. Avemaría y Gloria.
¡Oh dulce Corazón de
María, sed la salvación mía!
Editado en Villanueva Casanare, parroquia del Sagrado Corazón de Jesús
Inmaculado Corazón de María, "Acto de consagración" hecha por
SAN JUAN PABLO II
CONSAGRACIÓN DE SAN JUAN PABLO II AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA.
Esta consagración ha sido tomado del documento del Vaticano MENSAJE DE
FÁTIMA
« Madre de los hombres y
de los pueblos, Tú que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, tú
que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre
la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro
grito que, movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a tu
corazón: abraza con amor de Madre y de Sierva del Señor a este mundo
humano nuestro, que te confiamos y consagramos, llenos de inquietud por
la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos.
De modo especial confiamos y consagramos a aquellos hombres y aquellas
naciones, que tienen necesidad particular de esta entrega y de esta
consagración.
¡“Nos acogemos a tu protección, Santa Madre de Dios”!
¡No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades! ».
« He aquí que, encontrándonos hoy ante ti, Madre de Cristo, ante tu
Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la
consagración que, por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí mismo al Padre
cuando dijo: “Yo por ellos me santifico, para que ellos sean
santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Queremos unirnos a nuestro
Redentor en esta consagración por el mundo y por los hombres, la cual,
en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y de procurar
la reparación.
Bendita seas por encima de todas las criaturas, tú, Sierva del Señor,
que de la manera más plena obedeciste a la llamada divina.
Te saludamos a ti, que estás totalmente unida a la consagración
redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia: ilumina al Pueblo de Dios en los caminos de la fe,
de la esperanza y de la caridad. Ilumina especialmente a los pueblos de
los que tú esperas nuestra consagración y nuestro ofrecimiento. Ayúdanos
a vivir en la verdad de la consagración de Cristo por toda la familia
humana del mundo actual.
Al encomendarte, oh Madre, el mundo, todos los hombres y pueblos, te
confiamos también la misma consagración del mundo, poniéndola en tu
corazón maternal.
¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan
fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con
sus efectos inconmensurables pesa ya sobre la vida presente y da la
impresión de cerrar el camino hacia el futuro.
¡Del hambre y de la guerra, líbranos!
¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo
tipo de guerra, líbranos!
¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante,
líbranos!
¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios,
líbranos!
¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e
internacional, líbranos!
¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de
Dios, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!, ¡líbranos!
Acoge, oh Madre de Cristo, este grito lleno de sufrimiento de todos los
hombres. Lleno del sufrimiento de sociedades enteras.
Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado, el pecado
del hombre y el « pecado del mundo », el pecado en todas sus
manifestaciones.
Aparezca, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder
salvador de la Redención: poder del Amor misericordioso. Que éste
detenga el mal. Que transforme las conciencias. Que en tu Corazón
Inmaculado se abra a todos la luz de la Esperanza».
EVANGELIO DE LA MISA
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 41-51
Los padres de Jesús solían ir cada año a
Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años,
subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron;
pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus
padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada
y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no
encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los
maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían
quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: -«Hijo, ¿por qué nos
has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.» Él
les contestó: -«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en
la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre
conservaba todo esto en su corazón.
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