Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción

Navalperal de Pinares (Ávila)

SOMOS COMUNIDAD: COFRADÍA DE SAN ANTONIO


 

 

La cofradía de San Antonio, tiene su origen en Navalperal de Pinares (Ávila), el 22 de mayo del año 1891.

Aceptada la instancia que fue presentada por el que fue nuestro párroco don José Antonio Calvo Gómez, solicitando la aprobación de los estatutos, los cuales fueron aprobados el día de su festividad, 13 de junio de 2012, por el obispo de la Diócesis don Jesús García Burillo como "Asociación de fieles denominada Cofradía de "San Antonio de Padua", de esta misma parroquia; y examinados los referidos estatutos por los cuáles la Cofradía deberá regirse, y en los cuales se determinan los fines de la misma y los restantes preceptuados por el Código de Derecho Canónico; y atendiendo que esta Asociación cumple los requisitos establecidos en la disciplina vigente de la Iglesia para ser asociación pública de fieles católicos, a tenor de los cc. 301 y 313 del Código de Derecho Canónico.

 

Libro de la Cofradía de san Antonio de 1891

 

Ver libro

 

Objetivo

Su objetivo es honrar, venerar y mantener viva la tradición de la festividad de San Antonio de Padua.

 

Junta Directiva desde el 22 de junio de 2013

 

Vicepresidente: Antonio Herranz Bartolomé

Secretaría: Ana María Herranz García

Vicesecretario: Santiago Herranz Alonso

Tesorero: José Luis Guijarro López

Vicetesorero: José Luis Iglesias Herranz

Vocal: Juan José Águila Herranz

 

Cofrades

Actualmente está compuesta por 170 cofrades y tiene su sede en la ermita del santo.

 

Estatutos de la Cofradía

 

 

 

D. Andrés Méndez (q.p.d), en su libro “Nava el Peral o Navalperal de Pinares, 1991”, nos relata que con suficiente antelación al día de la fiesta del santo, que el presidente de la cofradía, se ponía en contacto con el párroco para organizar las distintas ceremonias religiosas. Estas ceremonias eran, la novena, la Santa Misa, así como su procesión. Durante los días de la novena era obligatoria el que asistieran a la misma todos los cofrades y principalmente la directiva de la cofradía.

Para la celebración de estos actos, eran colocados próximos al altar mayor dos bancos paralelos, separados entre sí por unos metros, y situados longitudinalmente a lo largo de la Iglesia. Estos bancos eran ocupados durante toda la novena y fiesta principal por el Primero de la cofradía portando su cetro, el Presidente y el portador del estandarte y demás cargos que ese año les hubiera correspondido, el resto de la iglesia era ocupado por los demás cofrades.

La tarde anterior al día del santo, todos los cofrades, precedidos del cetro y el estandarte distintivos de la cofradía y acompañados de la gaita y tambor, asistían a las vísperas, que el Sr. cura, en latín, hacía.

A la salida de vísperas, entre alegres pasacalles tocados por la gaita y el tambor, así como las constantes explosiones de cohetes y no poca alegría, se dirigían a la casa del cofrade mayor o primero, que de las dos formas se le llamaba. Este cofrade era el que portaba el cetro de la cofradía. En esta casa, se tomaba un pequeño refrigerio de bollos caseros, vino o limonada.

Al día siguiente, fiesta del santo, muy de mañana recorría la gaita y tambor todas las calles del pueblo, tocando bonitas dianas y muy alegres pasacalles.

La primera diana que debía tocar, era en la casa del Primero, la segunda, en casa del que portaba el Estandarte, a continuación, en casa del Presidente y seguidamente por todo el pueblo.

Al primer toque de campanas, que anunciaba la celebración de la Santa Misa en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, se reunían todos los cofrades en la casa del Primero y desde ésta unidos y acompañados por la música y entre constantes disparos de cohetes asistían a ella.

Una vez finalizada la Santa Misa, se hacía la procesión por varias calles del pueblo para después regresar a su ermita.

 

Tradicional subasta de banzos


En la procesión, eran acompañados por la gaita y el tambor, entre cántico y cántico de las gentes, tocaban jotas, delante de la imagen del santo, a la cual transportaban en andas, eran bailadas al estilo de rondón por todos los varones, no siento permitido que bailaran las mujeres.

Las mandas o regalos que al santo se le hacían eran múltiples y muy variadas, tales como huevos, pollos, gallos, cordero, terneros y en dos ocasiones, fueron donados dos toros cebados.

Todos estos regalos eran subastados y por tanto, se adjudicaban al mejor postor.

Para hacer esta subasta, se sentaban en la mesa el Presidente, el Primero y el Depositario, e iban anotando quien hacía el regalo, y quien se quedaba con él, así como el valor de cada uno de ellos.

Concluida esta subasta, se procedía al sorteo de cargos para el año siguiente.

Los cargos eran el de presidente, primero cetro, estandarte, depositario, dos alguaciles, dos campaneros, dos pedidores y cuatro llevadores.

Para realizar aquellos sorteos, se disponía de dos talegos, en los que, en uno, se metían los números de cada cofrade hacía en la lista general y en el otro, se metían los distintos cargos.

Primero, se sacaba el número correspondiente, por el cual se daba a conocer el nombre del cofrade y seguidamente, del otro talego, se sacaba el cargo que le había correspondido.

Una vez terminado el sorteo, quedaba constituida la nueva junta directiva para el año siguiente.

A continuación, y siempre en un ambiente de alegría y hermandad, se iba a repartir los cargos, esto consistía en hacer la entrega, de los salientes a los entrantes, de los distintivos de la cofradía, es decir, el cetro y el estandarte.

Se dirigían todos, en primer lugar, a la casa del que le había correspondido ser el Primero. Al llegar a ésta, dejaba de tocar la música, y se hacía un profundo silencio. El cofrade agraciado debería recibirle en el mismo quicio de la puerta y al llegar el portador del cetro, se ponía de rodillas para recibirle, como el que lo entregaba, este último debía decir algunas palabras al hacer la entrega, que eran muy diferentes según quien lo hacía, eran más o menos éstas:

“Aquí te traigo el cetro de nuestro santo, que Dios y él te den salud a ti y a tu familia para que lo veas cumplido”.

A estas o parecidas palabras, era contestado por el que lo recibía en alta voz decía: “gracias, y a ti y a todos los compañeros”. Cuando estos dos protagonistas del acto se ponían en pie, estallaba un gran griterío de vivas con estruendo de cohetes.

En este mismo momento, se obsequiaba a todos los presentes con galletas, entre constantes felicitaciones unos a otros.

A continuación, se dirigían en casa del portador del estandarte, y se repetía la misma ceremonia.
 

Por la tarde, al toque de campanas, ya en su ermita, se asistía al último día de novena, siendo los nuevos cargos los que ocupaban los bancos preferentes, allí se la cantaba la canción de los pajaritos, y después se iba bailando el rondón hasta la plaza.

La misión que cada uno de los cargos debía cumplir durante el año, era la siguiente: El presidente, primero, estandarte, y depositario eran los encargados de dirigir la Cofradía y administrar sus fondos.

El primero o cetro, además de colaborar en la administración, era el encargado de tener limpia en todo momento la ermita del Santo y, si observaba algún deterioro en ella, ponerlo en conocimiento para su reparación.

Los alguaciles estaban a las órdenes de los anteriores para dar los avisos que fueran necesarios a los demás cofrades.

Los campaneros, como su nombre indica, eran los encargados de tocar las campanas cuando el presidente se lo mandaba (entierros de compañeros, vísperas de fiesta, procesión, etc…)

Los pedidores eran los que, durante la procesión del santo, recorrían constantemente ésta, provistos de bolsas, canastillos o bandejas solicitando donativos en metálico para el santo.

Los llevadores eran los encargados de portar llevando a hombros hasta el cementerio a todos los cofrades que durante el año fallecieran, este cargo ya desapareció hace algunos años.

Como cofrade se consideraba hombre y mujer de un mismo matrimonio y cuando uno de ellos fallecía, todos los gastos de entierro eran sufragados por el resto de los cofrades.

Al día siguiente de la fiesta del santo, se celebraba un funeral religioso por todos los cofrades difuntos. Este funeral era presidido por la señora del Primero y la del Estandarte, que ponían en la iglesia lo que se decía la “sepultura”, que consistía en un paño de tela blanca, de unos cincuenta centímetros en forma cuadrada, en el que se encontraba bordada en negro una cruz. Sobre este paño, se ponían dos candelabros, con dos velas encendidas, y generalmente gran parte de los cofrades ponían también palmatorias con velas.

Antes de dar comienzo al funeral, y en la puerta de la iglesia, se ponían los dos alguaciles, y a cada cofrade varón aun cuando no fuera cofrade, que entrara a la iglesia se le daba un trozo de vela, que debía tener encendida durante todo el funeral.

Terminado este acto religioso, se dirigían a la casa del Primero saliente, y allí se hacían y se entregaban las cuentas de gastos a pagar por los cofrades, así como de los fondos que tenía el santo.

Generalmente, de esta forma se celebraban las fiestas de las distintas Cofradías, en la actualidad y desde ya hace muchos años, solamente existe la de San Antonio de Padua que, si bien se han perdido parte de sus costumbres, no obstante, continua conservando su gran mayoría.


 

 

 Detalle del estandarte de san Antonio

 

 

Himno

 

Vosotros sois luz del mundo

y ardiente sal de la tierra,

ciudad esbelta en el monte,

fermento en la masa nueva.

 

Vosotros sois la abundancia

del reino que ya está cerca:

los doce mil señalados

que no caerán en la siega.

 

Vosotros sois los sarmientos,

y yo la luz verdadera.

Si el Padre poda las ramas,

más fruto llevan las cepas.

 

¡Dichoso porque sois limpios

y ricos en la pobreza,

y es vuestro el reino que sólo

se gana con la violencia!

Amén.

 

 


OTRAS COFRADÍAS


D. Andrés Méndez (q.p.d), en su libro “Nava el Peral o Navalperal de Pinares, 1991”, nos hace alusión a otras cofradías.

“…Hasta principios de 1960, existían las cofradías del Corpus Christi y la de la Octava del Señor.

La duración de la cofradía del Corpus Christi era de un año, estando formada por doce hombres y doce mujeres, éstas bien podían ser sus esposa, madres o hermanas. Esta cofradía se encargaba de sufragar los gastos del alumbrado del Sagrario del Santísimo Sacramento durante todo el año, como igualmente toda la cera los domingos terceros de cada mes.

Generalmente, estas cofradías eran formadas debido a mandas que se hacían con motivo de haber obtenido del Señor algún favor particular, que con fe le habían pedido.

Durante todo el año que comenzaba el día de san Pedro, los domingos terceros de cada mes, se celebraba una misa cantada por el coro de mozas del pueblo.

Cada domingo tercero, unos minutos antes del comienzo de la Santa Misa, los cofrades se hacían presentes en la Sacristía de la iglesia. Llegada la hora de dar comienzo la celebración, salían en fila de dos. El primero de la derecha era el mayordomo mayor, que portaba el cetro, todos los restantes eran portadores de grandes y gruesas velas encendidas. Siguiéndoles a éstos, iban el párroco y los monaguillos, convenientemente revestidos con los ornamentos que en cada caso requería.

Aquellas misas eran celebradas con gran fervor y recogimiento.

Terminada la Santa Misa, que nunca duraba menos de un hora, se hacía una procesión con el Santísimo en la custodia y “bajo palio” por el interior de la iglesia.

Esta procesión era acompañada únicamente por los cofrades con sus hachones encendidos.

Llegada la Semana Santa, tenían que realizar muchas actividades.

Para que el Domingo de Ramos todo el que deseara pudiera tener su ramo, estos cofrades eran los que se encargaban de proporcionar el siguiente romero, que con una yunta de vacas y carro, traían del pinar.

El día de la traída del romero era para ellos un día, a pesar de ocasionarles un considerable trabajo, de gran alegría y jolgorio, comiéndose en el campo una suculenta y extraordinaria merienda.

El Miércoles Santo las esposas, madres o hermanas de los cofrades se encargaban de hacer el monumento, corriendo a su cargo todos los gastos que se originaban tanto de velas de cera como el resto del alumbrado.

Asimismo, eran los organizadores y responsables de velas al Santísimo durante las veinticuatro horas, que se encuentra expuesto en el monumento, además de acompañar a todos los actos religiosos.

La ceremonia del lavatorio de los pies que el Jueves Santo el sacerdote realizaba, se hacía a los doce cofrades, aunque, por este motivo, hubo algunas discusiones por considerar que a quién debía lavárselos, era los componente del Ayuntamiento.

A la salida de este acto, se daba por parte de los cofrades y en casa del mayordomo mayor un convite de pastas, bollos y limonada, en el que participaban los cofrades y sus familiares, el Ayuntamiento en pleno y algunos invitados.

El Viernes Santo, después de los actos religiosos de la mañana, era el Ayuntamiento el que ofrecía limonada en abundancia para todo el que gustara de asistir a tomarla.

El día del Corpus o día del Señor, como en Navalperal se tiene costumbre de llamar, era su fiesta mayor.

El día anterior, por la tarde los mayordomos, en compañía de las autoridades municipales, entre constantes disparos de cohetes y muy agradables pasacalles, que la música tocaba, y después haber recogido al señor cura en su casa, asistían a la iglesia para celebrar las primeras vísperas del Señor. A la salida, se acompañaba al señor cura hasta su casa, y después se iba a casa del mayordomo mayor a tomar un pequeño refrigero.

Durante la celebración de la misa, las autoridades se colocaban en el presbiterio a un lado y otro del altar mayor. Los mayordomos ocupaban su respectivo lugar. Llegando el momento del ofertorio, el sacerdote se ponía en el primer peldaño de la escalerilla con un crucifijo, que las autoridades y mayordomos pasaban a besar, el primero en hacerlo era el señor alcalde, después el mayordomo mayor, a continuación el resto de la corporación y por último todos los demás mayordomos.

En el momento de la consagración, era costumbre de todos los monaguillos tocaran la esquililla, y tantas veces como ésta tocaba, de igual modo se les hacía sonar a las campanas. Cuando las campanas daban este toque, al que se le solía llamar “toque de sanctus”, aquellos ganaderos que se encontraban en el campo, se solían descubrir y santiguarse.

Asimismo, durante el período de tiempo de esta anterior ceremonia, la música tocaba la marcha real.

Una vez dado este toque de campanas, dos chicas jóvenes, familiares de los cofrades, en dos pequeñas cestas de mimbre, llevaban el chocolate y bizcochos para que desayunara el señor cura. Estas jóvenes que llevaban el chocolate, se ponían sus mejores galas para lucirlas en este momento ya que debía recorrer toda la iglesia desde la entrada hasta la sacristía, siendo el punto de atención de las miradas de los presentes.

Terminada la ceremonia de la Santa Misa, se hacía la procesión por el pueblo.

En esta procesión, se portaba, bajo palio, la custodia con la Sagrada Forma.

El palio era llevado por los componentes de la corporación municipal. Delante del palio, iban los estandartes y cetros de las distintas cofradías existentes y por último, muy próximo al palio, iban el mayordomo mayor de la cofradía con el cetro representativo.

A ambos lados del palio, como si de darle escolta se tratara, iban los demás cofrades con sus hachones encendidos.

Los músicos tocaban marchas procesionalmente, y la multitud de las gentes que acompañaban, cantaban cánticos religiosos entre el constante repiqueteo de campanas y explosiones de cohetes.

En el recorrido que por las diferentes calles hacía la procesión, se ponían muy vistosos altares, para los que existía una cierta competencia entre las mujeres de los distintos barrios y en todos ellos, se exponía la Custodia, por lo que todos los acompañantes, puestos de rodillas cantaban el “tantum ergo”.

Una vez recorrido el itinerario acostumbrado, se regresaba a la iglesia y después de una breve ceremonia, se guardaba en el Sagrario la Sagrada Forma.

A la salida de la iglesia, el señor cura, autoridades y cofrades, entre el estruendo de los cohetes y los bonitos pasacalles, que la música tocaba, se dirigían a la casa del mayordomo, donde se daba un muy abundante convite de bollos y limonada.

A las cuatro de la tarde, nuevamente, en compañía del señor cura y autoridades, y no exento de cohetes y música, se dirigían a la iglesia para celebrar las segundas vísperas del Señor.

Terminada éstas, se iba a la plaza mayor, donde hacía baile público.

Era rigurosamente necesario que, antes de dar comienzo al baile para todo el público, los cofrades lo que se llamaba la primera vuelta. Esto consistía en una jota-rondón, que los cofrades, con sus respectivas esposas, madres y hermanas, debían bailar bajo las miradas observantes de la numerosa concurrencia, que hacía sus correspondientes críticas de quien baila y quién no. A continuación, se hacía el baile público durante toda la tarde y parte de la noche.

Estos mismos cofrades que hacía la fiesta del día del Señor, eran los que, al año siguiente, celebraban la fiesta que se denominaba La Octava del Señor.

El día 15 de agosto de 1950, fue bastante celebrada la fiesta de nuestra patrona la Virgen de la Asunción.

Para esta fiesta, se organizaban pequeñas romerías en las Eras de Abajo, (hoy parque municipal), a la que asistía mucha gente. Las mozas y mozos iban unos a caballo y otros en comparsas, vestidos con los trajes típicos de la región. Las comparsas engalanaban bonitas carretas tiradas por yuntas de vacas o bueyes vistosamente adornados. Para esta romería, se hacían meriendas de tortillas, y era premiada en metálico la mayor y más sabrosa.

Esta fiesta, si bien es verdad que se hizo pocas veces, no solo no se hace, sino que apenas se recuerda”.


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